Libros para leer por la noche
De donde salieron
los libros apócrifos que se encuentran en algunas Biblias
Comp. by G.I.

La versión oficial de la
iglesia Romana, es la Vulgata. Las versiones evangélicas constan de
66 libros, pero la Vulgata, tiene 73. En el Nuevo Testamento no hay
ninguna diferencia, pero no ocurre lo mismo en el Antiguo. La Vulgata contiene
los mismos 66 libros que constituyen las versiones evangélica; pero además
tiene añadidos los siguientes libros y capítulos:LIBROS: Tobías, Judith, la
Sabiduría, el Eclesiástico, Baruc y los dos libros de Macabeos.CAPÍTULOS Y
VERSÍCULOS: El capítulo 10 del libro de Esther, tiene añadidos 10 versículos y
además 6 capítulos completos. Así que el libro de Esther, en la Vulgata tiene
16 capítulos. El capítulo 3 del profeta Daniel, tiene añadidos 66 versículos,
desde el 24 al 90, y además dos capítulos completos, el 13 y el 14, que cuentan
las leyendas de Susana, y Bel y el Dragón. Estos libros y porciones adicionales
que se hallan en la versión “Vulgata”, se les llama los “apócrifos”. La palabra
apócrifo significa “algo que es fabuloso, no auténtico, supuesto o fingido”.I.
¿Cómo llegaron estos libros a formar parte de la Vulgata?
De las antiguas versiones
de la Biblia, la más notable es la llamada “septuaginta”, o versión de los 70.
Se le llamó así porque se cree que fue traducida del Hebreo al Griego, por 70
hombres, los que según H.B. Pratt, autor de la Versión Moderna, eran todos
judíos Egipcios. Estos 70 realizaron su trabajo con el apoyo del rey Egipcio
Tolomeo Filadelfo, que reinó de 285 a 247, antes de Cristo.
¿Qué propósito movió a
estos 70 a realizar dicho trabajo?
Según unos, fue el deseo
de los judíos que habían nacido fuera de Palestina, de tener una traducción de
los libros considerados como sagrados, en su propia lengua nativa, el griego.
Según otros, los 70
emprendieron por encargo directo del rey Tolomeo, gran admirador de las letras
y fundador de la gran biblioteca de Alejandría, con el propósito de tener en
ella una versión de los libros hebreos de la época. Esta opinión parece ser la
más fuerte.
Sea cual fuere el motivo
que movió a los 70, lo cierto es que ellos tradujeron al griego más libros que
los que eran considerados como inspirados por los judíos de Palestina; y con el
tiempo esta versión griega llegó a tener añadidos 15 libros, llamados apócrifos
cuyos nombres damos a continuación.
3 Libros (1,2 y 3) Los Macabeos 2 Libros 3
y 4 de Esdras 1 Libro Tobías 1 Libro Judith 1 Libro Baruc 1 Libro La Sabiduría
1 Libro El Eclesiástico 1 Libro La oración de Manasés 1 Libro La Epístola de
Jeremías 1 Libro Enoc 1 Libro Los Jubileos 1 Libro La ascensión de Isaías
Algunos de estos libros
fueron escritos muchos años después de Tolomeo Filadelfo, por ejemplo Los
Macabeos y Enoc.
La Septuaginta, aunque en
general buena, tenía sin embargo, grandes defectos. Los 70, parece que
tradujeron los libros de la ley con bastante fidelidad, pero en el resto del
Antiguo Testamento, se permitieron variar un poco el texto original según su
criterio. Las Cronologías especialmente no concuerdan con el texto original
hebreo. Esta versión griega del Antiguo Testamento, compuesta por 53 o 54
libros llegó a tener gran circulación entre los judíos dispersos por todas las
colonias fuera de Palestina y en cuyas provincias se hablaba el griego.
En un librito titulado
“¿QUE ES LA BIBLIA?”, escrito por M. Charles, y publicado con licencias
eclesiásticas por la editorial católica Difusión, Avenida de Mayo 1035, Buenos
Aires, dice así en la página 26: “En la época de Jesucristo y de los Apóstoles,
Jerusalén tenía su Biblia Hebrea (texto original :39 libros, mas 7 igual a 46.”
Este lenguaje en un libro católico y con licencias, no debemos pasarlo por
alto. Es un católico romano, quien afirma que en tiempos de Jesús, el texto
original de la Biblia de los judíos que permanecían más o menos fieles a la
doctrina ortodoxa estaba compuesta de 39 libros, ni uno más, ni uno
menos.
II. ¿Cómo fueron considerados?
Según las investigaciones
de algunos eruditos, entre ellos Ohler y Frankel, los judíos de Alejandría
usaban la Septuaginta, porque era la que tenían directamente a su alcance, pero
dicen, que ellos no admitían los apócrifos, como parte del Canon de los libros
inspirados. Por otra parte es un hecho que en Alejandría había judíos que
habían dejado de ser ortodoxos, para caer en un liberalismo extremado.
Hay fundadas razones para
creer que los apóstoles usaron la versión de los 70. De las 280 citas o
referencias, que del Antiguo Testamento, se hallan en el Nuevo, 265 concuerdan
mejor con el texto griego de la Septuaginta que con el texto original hebreo.
Pero es un hecho sintomático notable que si los apóstoles usaron dicha versión
no han citado ni una palabra de un libro Apócrifo. El primer escritor que citó
un libro apócrifo fue Ireneo, el año de 180 de nuestra Era.
El hecho de que los
cristianos primitivos se guiaban por la Septuaginta, suscitó los prejuicios de
los judíos de aquellos tiempos quienes acusaron a los cristianos, de utilizar
una versión adulterada del Antiguo Testamento.
Hacia el año 150, un
judío del Ponto (Asia Menor), llamado Aquila, hizo una traducción, servilmente
literal del texto hebreo; para oponerse a la septuaginta. Esta versión de
Aquila, se usaba el año 177, y fue la versión oficial de los judíos que
hablaban el griego, en todas las colonias. Los cristianos respondieron, primero
, con la revisión de la septuaginta, por Teodosio, un cristiano Ebionita, allá
por el año 185 y más tarde con una excelente traducción del hebreo, llevada a
cabo por Símaco, mas o menos el año 200 y cuyo trabajo se conoce como la
“versión de Simaco”.
La más antigua de las
versiones latinas (en latín) de que se tiene conocimientos es la versión
“Ítala”, una traducción de la septuaginta al latín. Pero aquí hay un hecho que
debemos considerar: De los 15 libros apócrifos, que figuraban agregados en la
versión de los 70, pasaron a “La Ítala” 10 y fueron excluidos cinco que son:
La Ascensión de Isaías Los Jubileos La
Epístola de Jeremías El 3 de Macabeos y Enoc
Los persistentes ataques
de los judíos a los libros apócrifos que seguían figurando en la mayoría de las
Biblias utilizadas por los cristianos, hizo que varios de los llamados padres
de la Iglesia, estudiasen a fondo la cuestión de los “apócrifos”, llegando a la
conclusión de que efectivamente no eran inspirados y que se les podía dar más
crédito que el que debía recibir un libro devocional o histórico cualquiera.
Un Sínodo reunido en
Laidocea en el año 363, prohibió la lectura de los Apócrifos en las iglesias y
dio una lista de los libros considerados como inspirados en la que se aceptaban
solamente los 39 que vienen figurando en nuestras versiones y de cuya
autenticidad nadie duda.
En el año 397, se reunió
un Sínodo en Cartago (África), bajo la influencia de Agustín y este sínodo
parece que dio su aprobación a los 10 libros, considerados apócrifos, aunque
atribuyéndoles un grado inferior de inspiración, que a los 39 de nuestras
Biblias. Pero, téngase en cuenta que tal decisión era contraria a la de otro sínodo
celebrado 37 años antes, en Laodicea. Además no reconocieron los Apócrifos como
inspirados:
San Hilario de Poictiers Cirilo de
Jerusalén Epifanio Gregorio Nacianceno El papa Gregorio I Beda, llamado el
venerable Hugo de San Victor El Cardenal Hugo Nicolás Lira y los cardenales
Jiménez y Cayetano
Antes del año 400, se
habían dado a los menos 10 catálogos, o listas de los libros considerados
inspirados, y en ninguno se encuentran los libros apócrifos. Las listas son de:
Melitón de Sardis año 177 Orígenes año 230
Atanasio año 326 Cirilo año 348 Hilario de Poictiers año 358 El sínodo de
Laodicea año 363 Gregorio Nacianceno año 370 Anfiloquío año 395 Jerónimo año
395
El manual bíblico
Católico, citado por el profesor Samuel Palome que en el Tomo I página 81, dice
que el Canon Alejandrino contenía los libros apócrifos, que siempre fueron
rechazados por los judíos de Palestina, y que fueron añadidos después de
formado el canón hebraico.
Este canon se atribuye
comúnmente a Esdras, Malaquías y algunos otros.
El papa Dámaso encargó a
Jerónimo la revisión de la versión Vulgata, porque se dio cuenta que ésta tenía
errores; pero San Jerónimo, después de emprendido el trabajo de revisión,
comprendió que era más fácil hacer una traducción directa del hebreo, y al
efecto se fue a Palestina y trabajó en la traducción del Antiguo Testamento
durante 14 años, en el pueblo de Belén, cuna del rey David.
En cuanto a los apócrifos
San Jerónimo no los pudo traducir del hebreo, porque no se conocían sus
originales y la mayoría ni siquiera fueron escritos en hebreo. Jerónimo lo que
hizo, con una o dos posibles excepciones, fue copiarlos de la Antigua Vulgata,
aunque él no creía que eran inspirados, como veremos.
El Capítulo 10 de Esther,
en nuestras versiones tiene solamente tres versículos; en la Vulgata tiene 13
versículos; pero entre los versículos 3 y 4 hay una cita de San Jerónimo, que
dice: “He traducido con toda fidelidad lo que se halla en el hebreo. Lo que
sigue lo he hallado escrito en la edición Vulgata”. Al empezar el capítulo 11
de Esther, que es el primero de los seis capítulos añadidos al libro, hay otra
nota de San Jerónimo que dice: “Este era el principio del libro de Esther, en
la edición Vulgata; pero no se halla ni en el hebreo, ni en ninguno de los
otros traductores”.
En el capítulo 13 de
Esther, hay otra nota de San Jerónimo que dice: “Esto no se halla en el texto
hebreo, ni en ninguno de los traductores”. Al comienzo del capítulo 15, dice
otra nota: “también hallé estas adiciones en la Vulgata”. En el libro del profeta
Daniel, en el capítulo 3, entre los versículos 23 y 24 hay una nota de San
Jerónimo que dice: ” lo que sigue no lo hallé en los códices hebreos”. Al final
del capítulo 12 y principios del 13 hay otra nota que dice: “Lo que sigue se
halla trasladado de la edición Teodoción”.
En la introducción del
libro apócrifo de Tobías, dice la nota, que hoy tiene la Vulgata, versión
castellana de Torres Amat: “como en el antiguo canon de los libros sagrados,
que tenían los judíos, no se comprendían sino los libros santos escritos en
hebreo y esta historia fue escrita en lengua caldea; por eso no estaba este
libro en el antiguo catálogo que de las Santas Escrituras tenían los judíos”.
En la nota general
introductoria del libro de Esther, dice así: “San Jerónimo tuvo por dudosos los
últimos seis capítulos, por no haberlos hallado en el texto hebreo; y hasta el
papa Sixto V siguieron muchos católicos esta opinión”.
¿Qué opinión?, la de no
aceptar como inspirados los apócrifos. En la nota introductoria a Daniel, dice
la edición vulgata actual (versión castellana de Torres Amat): “Algunos
escritores manifestaron dudar de la autenticidad de tres partes de este
libro…porque estas tres partes no se hallan en el texto hebreo”.
El Abate Du-Clot, en su
gran obra titulada “Vindicias de la Biblia” dice en la página 561, en relación
con los capítulos añadidos a Daniel lo siguiente: “San Jerónimo, en su Apología
contra Rufino, libro segundo, refiere que los judíos, tenían el contenido de
estos capítulos como fábula rabínica”. Y el mismo Du-Clot, añade: “San Jerónimo
y algunos otros han dudado sobre estos dos capítulos (13 y 14) de Daniel”.
San Jerónimo en su
“Prologus Galetaus”, después de nombrar los 39 libros que todos reconocemos,
añade: “Por tanto la Sabiduría, el libro de Jesús, hijo de Sirac (el
Eclesiático), Judith y Tobías, no están en el canon”.
Según H.M. Seymour, en su
libro, “Noche con los Romanistas” (año 1855) página 364, dice que el prefacio
que San Jerónimo escribió a los libros de las Crónicas, dice: “La iglesia
desconoce los libros Apócrifos; por tanto debemos acoger a los hebreos, de los
cuales el Señor habla y sus discípulos tomaron ejemplos. Todo cuanto no esté en
aquellos libros hebreos debemos desecharlo”. El mismo autor, Seymour, afirma
que en el prefacio de Jerónimo a los libros de Salomón, entre otras cosas dice:
“Tobías, Judith y los libros de los Macabeos, la Iglesia los lee en verdad,
pero no los recibe entre los escritos canónicos”.
El antes citado Abate
Du-Clot, en la página 486 de su ya citada obra, refiriéndose al libro de Tobías
dice: “Orígenes, en su carta a Africano, dice que el libro de Tobías, lo mismo
que el de Judith, estaban colocados por los judíos en la clase de los
apócrifos”.
El hecho de que una
autoridad en el seno de la Iglesia Romana, como el Abate Du-Clot se vea
obligado en conciencia a decir que el más erudito de todos los doctores de la
Iglesia y algunos más han dudado de la inspiración de ciertas partes de la
actual Vulgata, es tanto como decir que no admitieron partes de la Biblia, que hoy
acepta la Iglesia de Roma, Biblia sancionada por obra y gracia de un concilio
celebrado mil años después de San Jerónimo.
Téngase en cuenta también
la nota antes citada, tomada de la introducción al libro de Esther, en la
actual Vulgata, versión castellana de Torres Amat, donde dice: “Hasta el papa
Sixto V, siguieron muchos católicos esta opinión”, de San Jerónimo contra los
apócrifos.
El ya citado Abate
Du-Clot, en su libro página 468, hablando del libro de Tobías dice: “Este libro
no se halla en el canon de los judíos…, mas no por eso dejan ellos de
respetarlo como historia”.
Notadlo bien; es un
católico el que dijo esto. Para los Cristianos sigue siendo una historia nada
más.
¿COMO ENTONCES FUERON
ADMITIDOS POR LA IGLESIA ROMANA?
III. ¿Cómo fueron admitidos por la iglesia
Romana?
Desde San Jerónimo hasta
1545, permanecieron agregados a la Vulgata 10 libros apócrifos. Eran
considerados libros útiles como devocionales, pero nada más. Eran en aquel
tiempo para los cristianos en general, lo que hoy es para nosotros “El
Peregrino”.
Pero al reunirse el
concilio de Trento en 1545, se planteó el problema de los libros apócrifos,
nuevamente y después de muchas discusiones habidas sobre el asunto, el concilio
aceptó 7 y rechazó tres, de los 10 que venían figurando en la Vulgata; pero
estuvo muy lejos de haber sido por unanimidad.
Esto prueba de una vez
para siempre que hasta aquella fecha no eran considerados como inspirados,
porque si lo fuesen, ¿a qué discutir de nuevo el asunto? ¿Por qué el concilio
no dio su aprobación a los 39, por todos aceptados como inspirados?
Sencillamente no era necesario aprobar en 1545, lo que ya estaba aprobado desde
muchos siglos antes.
Ahora bien, si los
católicos dicen que el mero hecho de figurar en la “Vulgata” era que los
reconocían como inspirados, antes del concilio de Trento; entonces yo pregunto:
¿Por qué el concilio rechazó tres de los 10 libros? Porque efectivamente el
concilio rechazó el 3 y 4 de Esdras y la oración de Manasés.
Si el mero hecho de haber
figurado añadidos a una versión determinado número de años, les concedía algún
derecho, los tres rechazados lo tenían igual que los otros siete. Y si los
católicos romanos afirman que los libros en cuestión fueron reconocidos por el
sínodo de Cartago en 397, queremos recordarles que hay serio conflicto entre
Cartago y Trento.
Si Cartago aprobó el 3 y
4 de Esdras y la oración de Manasés, y si esta aprobación vale algo para la
iglesia Romana, ¿Cómo el concilio de Trento desaprobó los libros en cuestión?
De todas maneras; o el
sínodo de Cartago se equivocó, o se equivocó el concilio de Trento; por
consiguiente, uno de ellos se equivocó, porque lo aprobado por uno fue
desaprobado por otro. Si uno de dichos concilios se equivocó, bien pudieron
haberse equivocado los dos; porque “es de humanos errar”. Está pues demostrado
que la iglesia Romana, no admitió los apócrifos en el canon de los libros
inspirados hasta el concilio de Trento en 1545.
El historiador católico
romano, F, Díaz Carmona, en su historia de la iglesia romana, página 272,
hablando del concilio de Trento, dice: “Este gran concilio empezó fijando de
nuevo el canon de la Biblia.” Al decir “de nuevo”, el historiador reconoce que
no aceptó el canón que regía hasta aquella fecha y que por consiguiente hubo
una alteración en la lista de los libros reconocidos como inspirados durante
más de 1500 años, y pasando por encima del testimonio de San Jerónimo y
otros muchos “Padres” de la iglesia, el concilio dijo que eran libros
inspirados los que no pasaban de ser meras historias: creando el grave conflicto
entre la historia pasada, de dichos libros, y el acto consumado de la admisión.
Llamo aquí la atención a
una cita anteriormente hecha y que vamos a repetir. En la introducción, que la
versión de Torres Amat, tiene al libro de Esther, dice: “San Jerónimo tuvo por
dudosos los seis últimos capítulos por no haberlos hallado en el texto hebreo;
y hasta Sisto V, siguieron muchos católicos esta opinión”. Ahora bien, Sixto V,
fue papa después del concilio de Trento, o sea, de 1585 a 1590. Así
este papa y con él la mayoría de los católicos se colocaron bajo los anatemas
del concilio, al dudar de sus decisiones. Además, ¿Era Sixto V infalible? Si lo
era, el concilio de Trento se equivocó, al sancionar las partes apócrifas del
Antiguo Testamento, partes que el papa no aceptaba.
¿Por qué aprobó el
concilio de Trento los apócrifos?
Dice el cardenal Polo,
que esto lo hizo el concilio para dar mayor énfasis a las diferencias entre
católicos y evangélicos, Tammer, afirma que el motivo fue que la iglesia romana
encontró en estos su propio espíritu. Ahora algunos teólogos católicos, como
Belarmino, Dupin y Hefele, para salvar las dificultades han sostenido que hay
dos grados de inspiración, teoría que se cree sustentaba San Agustín.
Con esto está de acuerdo
la siguiente cita que tomamos de la página 25, del librito católico antes
citado, titulado “¿Qué es la Biblia?”, Por M. Charles que dice: “La diferencia
entre las versiones católicas y las protestantes, proviene de siete libros del
Antiguo Testamento, cuyos originales no conocemos en hebreo, sino solamente de
acuerdo con la Biblia de Alejandría. A fin de aclarar el puesto que ocupan los
libros que los católicos llaman deuterocanónicos y los protestante apócrifos,
relataremos la historia de esta traducción”.
Según el párrafo anterior,
copiado al pie de la letra, los mismos católicos instruidos establecen una
diferencia entre los 73 libros de sus Biblias. Los católicos les llaman a los
66 libros, sobre los que no hay dudas, “canónicos”, y a los siete restantes
“deuterocanónicos”.
Esto es muy importante.
Pero yo digo: o son inspirados, o no lo son. Si son inspirados, ¿Porqué los
mismos católicos romanos los consideran inferiores a los 66 restantes? Y si no
son inspirados, los católicos romanos tienen desde 1545, una Biblia adulterada,
con el agravante de que han sancionado oficialmente tal adulterio.
IV. “Las pruebas internas son contrarias a
la inspiración”
El contenido de los
libros prueba que no fueron inspirados sus autores.
Tobías
Ya hemos dicho que el
libro de Tobías, no figuró nunca en el Canon de los libros inspirados. Este
libro contiene doctrinas puramente paganas.
En el capítulo 4: verso
11, dice así: “Por cuanto la limosna libra de todo pecado y de la muerte”.
En el versículo 18, del
mismo capítulo dice: “pon tu pan y tu vino sobre la sepultura del justo”.
En el capítulo 6 y verso
8, dice: “Respondió el ángel (a Tobías), y le dijo: Si pusieres sobre las
brasas un pedacito del corazón del pez, su humo ahuyenta a todo género de
demonios”.
En el capítulo 12 verso
9, dice así: “Porque la limosna libra de la muerte y es la que purga los
pecados y alcanza la misericordia y la vida eterna”.
En los cuatro versículos
que hemos copiado tenemos tres doctrinas a cuál más pagana:
Primera: La idea de la
salvación, por medio de obras de caridad; practicada por todos los pueblos
paganos y rechazada completamente por la palabra de Dios. Véase Hebreos 9:22
yJuan 3:14-19.
Segunda: La costumbre de
poner comida a los muertos y a ciertos ídolos, era práctica corriente entre los
Egipcios y los Caldeos y otros pueblos; pero es contraria a la palabra de Dios.
Tercera: Creer que el
corazón de un pez ahuyenta a los demonios es una de las tantas hechicerías y
supersticiones, que todos los paganos practicaban. Pero la Biblia condena y
prohíbe estas cosas, véase Deuteronomio 18:10-14.
En el Capítulo 12:15,
Tobías le pregunta a un joven que se le presenta: “¿Quién eres tú?” A lo que el
joven responde: “Yo soy Azaría, hijo de Ananías el grande.” Sin embargo, dice
Tobías que era el “Ángel Rafael”. Según lo cual, el ángel dijo una mentira.
¿Es posible aceptar la
inspiración de un tal libro?
Judith
El propio Abate Du-Clot,
reconoce que el libro presenta contradicciones imposibles de explicar y que él
atribuye a errores de los copiantes. En el capítulo 1, verso cinco dice:
“Nabucodonosor rey de los Asirios reinaba en la gran ciudad de Nínive”. Todo el
mundo sabe que Nabucodonosor no fue rey de los Asirios, sino de los Caldeos. No
reinó en Nínive sino en Babilonia (Daniel 4.30), y según la historia,
Nabopalasar, su padre, aliado con Ciaxares rey de los Medos, “atacó y destruyó
a Nínive Capital de Asiria”, y esto antes de ser rey Nabucodonosor.
En el capítulo 9, verso 2
dice: “Señor Dios de mi padre Simeón a quien pusiste la espada en las manos
para castigar aquellos extranjeros”. Aquí dice que Dios puso la espada en las
manos de Simeón y parece alabarse la acción de éste. Pero eso está en abierta
oposición a la palabra de Dios que maldice la acción de Simeón. Véase Génesis
49:5. “Simeón y Leví; armas de iniquidades sus armas”.
En el capítulo 11, verso
11 dice: “Por lo cual han resuelto matar a sus bestias para beberles la
sangre”.
La Vulgata, versión de
Torres Amat, tiene una nota en este versículo que dice así: “Todo lo que sigue
tomado a la letra parece no dejar lugar para excusar a Judith, de ficción o
mentira”. Cuando las propias autoridades de la iglesia católica romana
reconocen que Judith, parece ser una mentirosa, nosotros no tenemos nada más
que añadir.
En el capítulo 13, verso
30, Judith recibe adoración y no la rechaza, como hizo Pedro, en Hechos 10:25.
La prueba interna es desastrosa para la inspiración del libro.
Esther
Al empezar el capítulo
15, tiene una nota de San Jerónimo que dice “también hallé estas adiciones en
la Vulgata”. Exactamente, adiciones, eran, son y serán.
La Sabiduría:
El Abate Du-Clot, en la
página 505 de “vindicias”, dice, “los griegos llamaban a este libro la
Sabiduría de Salomón, reconociendo que el autor ha tomado sus conocimientos e
ideas de las obras de Salomón. Y que ha procurado imitarlo. Los judíos no
tienen este libro en su canón, aunque lo tienen en gran estima”. Según el
párrafo anterior los judíos no reconocían el libro como inspirado y el
verdadero autor fue uno que pretendió imitar a Salomón. Los que hablaron siendo
inspirados por el Espíritu Santo no pretendieron imitar a nadie ni tuvieron
necesidad de suplantar nombres.
El que escribió el libro,
parece que creía en la reencarnación de las almas, dice en capítulo 8 versículo
19: “Ya que de niño era yo de buen ingenio, y me cupo en suerte una buena
alma”.
En el capítulo 10, versos
1-4, dice que el diluvio fue por causa del pecado de Caín, comparándolo con
Génesis 6:5-7, se ve que no es así, como lo dice el plagiador de Salomón.
En la tercera y última
parte veremos acerca de errores del Eclesiástico, La profecía de Baruc, Las
partes añadidas a Daniel, los dos libros de Macabeos y una conclusión acerca de
este estudio, sobre los Apócrifos.
El Eclesiástico
Dice Du-Clot, en
“Vindicias”, página 508: “Algunos antiguos han dudado de su autenticidad, por
no hallarse en el canon de los judíos”. El libro tiene un prólogo que se
atribuye a un tal Jesús, nieto del autor de dicha obra. Del prólogo son las
siguientes palabras: “Mi abuelo Jesús, después de haberse aplicado con el mayor
empeño a la lectura de la ley y los profetas, y de otros libros… quiso él
también escribir algo sobre estas cosas”.
De este párrafo
aprendemos que el tal Jesús escribió porque él quiso. Que los Judíos tenían los
libros inspirados, denominados “la Ley y los Profetas” (Mateo 5:17), y además
otros que no lo eran. El mismo autor del prólogo dice, más abajo, hablando de
que los libros pierden al ser traducidos y añade: “No solo este libro, sino la
ley y los profetas”.
El autor de este libro
jamás pretendió escribir bajo la inspiración del Espíritu Santo. El libro en
general es el mejor de los Apócrifos. No obstante su lectura es un buen
argumento contra la propia inspiración.
Da consejos como estos:
“Si te has visto forzado
a comer mucho retírate de la concurrencia y vomita; y te hallarás aliviado”.
Capítulo 31 versículo 25. En el versículo 37, hablando del vino, dice: “El
beberlo con templanza es salud para el alma”.
En el capítulo 33, verso
16, dice así: “Yo ciertamente, me he levantado a escribir el último y soy como
el que recoge rebuscas tras los vendimiadores”. Este testimonio del autor
demuestra que él no creía que estaba escribiendo un libro que era la Palabra de
Dios. El mismo confiesa que era el resultado de sus estudios y conocimientos.
El que escribe por inspiración no habla así. Además los judíos creían que para
escribir bajo inspiración de Dios había que ser profeta, y el canon auténtico
del Antiguo Testamento, parece estar de acuerdo con este criterio.
La profecía de Baruc
Dice el Abate Du-Clot, en
su libro “Vindicias de la Biblia”, página 548; “Los judíos no admiten este
libro por no hallarse en el hebreo”.
El libro se atribuye a
Baruc, contemporáneo de Jeremías. En el capítulo primero, versículo uno al tres
dice: “Estas son las palabras del libro que escribió Baruc, el año quinto, a
siete del mes, después que los Caldeos se apoderaron de Jerusalén y la
incendiaron. Y leyó Baruc (en Babilonia, junto al río Sodi), las palabras de
este libro en presencia del hijo del rey Joakín y de todo el pueblo que acudió
a oírlo”. El lector tendrá bondad de fijarse bien en lo que acabamos de copiar.
Ahora bien; Jerusalén fue
destruida en 588 a.de C., según el “diccionario Bíblico”. En esta fecha, los
Babilonios, dejaron en Judea a los más pobres y pusieron por gobernador a
Gedalías; con este “residuo” quedaron Jeremías y Baruc. Pero algún tiempo
después ciertos judíos mataron a Gedalías y se llevaron el residuo a Egipto.
Véanse II Reyes, Capítulo 25, versículos 22 a 26, y Jeremías, capítulo 43,
versículos 1 al 7. Baruc fue para Egipto con Jeremías y no para Babilonia.
El libro de Baruc afirma
que fue escrito en Babilonia, cinco años después de destruida Jerusalén, esto
colocaría al libro como escrito en 583, antes de Cristo. Pero resulta que el
verso 8 del capítulo primero dice: “Después que Baruc hubo recibido los vasos
del templo del Señor, que habían sido robados del templo, para volverlos otra
vez a tierra de Judá”. Estos vasos que fueron llevados de Jerusalén a
Babilonia, no regresaron hasta el año primero del reinado de Ciro, rey de
Persia. Véase Esdras, capítulo uno. Los vasos regresaron el año 536, antes de
Cristo. ¿Cómo pudo haber sido escrito el libro de Baruc, por éste, en
Babilonia, siendo que Baruc, no fue llevado a dicha ciudad, sino que se marchó
con Jeremías a Egipto? ¿Cómo se puede armonizar el hecho de que fue escrito en
583, y el libro fue leído en Babilonia y sin embargo, los vasos no fueron
devueltos a los judíos sino 47 años mas tarde? Además según Esdras, los vasos
no fueron entregados a Baruc, sino a Sesbassar, gobernador de Judea y a Esdras.
Sacerdote. Véase Esdras 5:14 y 7:19.
En la lista que tenemos
en Esdras, capítulo dos, donde se mencionan todos los hombres notables que
regresaron a Jerusalén con Esdras, ni siquiera se menciona a Baruc.
En el Capítulo 3, verso 4
dice: “Dios de Israel, escucha ahora la oración de los muertos de Israel”. ¿Qué
quiere decir esto?
Las partes añadidas a
Daniel
Dice la versión Torres
Amat, en la introducción de Daniel: “Algunos escritores manifestaron dudar de
la autenticidad de tres partes de este libro… porque no se hallan en el
hebreo”. “Los rabinos no reconocen por canónicas dichas tres partes”.
En el capítulo 3 verso 38
(Este capítulo tiene 66 versículos añadidos), dice: “No tenemos en este tiempo
ni caudillo ni profeta”. Daniel profetizó desde 597 a 538, mientras que los
profetas Haggeo, Zacarías y Malaquías, son posteriores. Malaquías es colocado
por los entendidos en la materia, a partir del año 450, antes de Cristo. ¿Cómo
es posible que estas partes añadidas al libro del profeta Daniel fuesen
escritas por el propio Daniel y afirmara que en aquel tiempo no había profeta?
El pueblo de Israel estuvo sin profetas 400 años, desde Malaquías hasta Cristo.
Seguramente esta parte añadida a Daniel, sería escrita durante estos años.
Con esto concuerda otro
pasaje del libro Apócrifo, I de Macabeos, capítulo 9, verso 27, que dice: “Fue
pues grande la tribulación de Israel desde el tiempo que dejó de haber
profeta”. Macabeos relata la historia del pueblo hebreo, de unos 140 años antes
de Cristo.
Los Macabeos 2 Libros
Dice el Abate Du-Clot, en
“Vindicias”. Página 574, lo que sigue: “El primero de Macabeos contiene la
historia de 40 años desde el principio del reinado de Antíoco
Epifanes, hasta la muerte de Simón”.
El segundo libro, es un
compendio de la historia de las persecuciones que sufrieron los judíos de parte
de Epifanes y de su hijo, Eupator, la cual historia había sido escrita por un
tal Jasón. “Ni uno ni otro se hallan en el Cánon de los judíos, y los
Cristianos siguieron a los judíos en cuanto a los libros que formaban el Canon
del Antiguo Testamento, por esta causa los Macabeos no fueron comprendidos
entre los libros sagrados generalmente adoptados por las iglesias cristianas”.
Estos Párrafos que
acabamos de copiar, escritos por una alta autoridad de la iglesia romana, colocan
al concilio de Trento en el plano del error, y a los evangélicos en el campo de
la verdad en cuanto al Canon de la Biblia. Como Cristianos, estamos siguiendo
la norma de conducta, en relación a los Macabeos, que para sí mismas se
trazaron las iglesias cristianas primitivas; según la confesión del Abate
Du-Clot.
Queremos hacer otra
observación en relación a los párrafos de Du-Clot y es esta: ¿Qué Judío se
atrevería a compendiar cinco libros de la palabra de Dios? Si el mencionado
Jasón escribió sus libros por inspiración divina, ellos eran en verdad la
palabra de Dios. En tal caso el compendiador quitó algo de la palabra de Dios;
porque compendiar es reducir, y a la palabra de Dios no se le puede quitar ni
añadir.
Si Jasón no fue inspirado
al escribir sus cinco libros y el autor de Segundo de Macabeos no hizo sino
compendiarlos en un solo volumen, en tal caso el libro es de origen humano
desde la raíz hasta las ramas.
Entre los varios errores
que contienen los libros voy a citar uno; se halla en segundo de Macabeos,
capítulo 12, versos 43 a 45, y dice: “Habiendo recogido en una colecta que
mandó hacer, doce mil dracmas de plata: las envió a Jerusalén, a fin de que
ofreciesen un sacrificio por los pecados de los difuntos”.
De aquí sacan el apoyo
para el purgatorio, Y no cabe duda que este pasaje influyó en el ánimo de los
señores del concilio de Trento. El purgatorio fue, quizá el error más atacado
por los valientes reformadores del siglo XVI. El concilio debía reconocer que
la doctrina del purgatorio era anti-bíblica, o buscar apoyo para ella.
Roma encontró el anhelado
apoyo en los libros Apócrifos, y entonces para sostener un error echó mano de
otro error.
El autor de segundo de
Macabeos termina su libro con estas palabras: “Acabaré yo también esta mi narración.
Si ella ha salido bien y cual conviene a una historia, es ciertamente lo que yo
deseaba; pero si por el contrario es menos digna del asunto de lo que debiera,
se me debe disimular la falta”. ¿Han visto ustedes algo semejante a este
lenguaje en los 66 libros inspirados? ¿Pretendía este compendiador de Jasón,
escribir bajo inspiración divina?
De haberlo él creído así,
no nos recomendaría que le disimulásemos sus faltas como historiador. Los
autores inspirados no piden excusas, porque no admiten la posibilidad de
errores. Ellos dicen: “Así ha dicho Jehová”. O “Así dijo el Señor”. Y Dios no
tiene que pedir excusas a los hombres.
El primero que reconoce y
afirma la no-inspiración de segundo Macabeos, es el propio autor del Libro.
Este es un hecho que pesa más en la balanza de la verdad y la justicia que los
decretos de todos los concilios de la iglesia romana. Cuando el mismo autor
admite que el libro es fruto de sus propios conocimientos y que no es la
palabra de Dios, ¿qué valor puede tener el decreto del concilio de Trento? Pero
el concilio ha dicho: el libro es inspirado y “maldito el que diga lo
contrario”.
Si esta maldición tuviera
alguna virtud, ella habría alcanzado, al autor del libro; a muchos de los
escritores de la Iglesia primitiva, a la mayoría de los cristianos y a algunos
papas; porque precisamente ellos han dicho lo contrario.
V. Conclusión
En el libro (publicado
con licencias eclesiásticas), titulado “¿Qué es la Biblia?” y escrito por M.
Charles, en la página 29 dice así: “Para el pueblo judío fue escrito
primeramente el Antiguo Testamento. Ese pueblo lo recibió en depósito. Las
Escrituras nos han sido transmitidas por ellos con ese espíritu escrupuloso que
ha asegurado la conservación”.
Note bien el lector la
fuerza del párrafo anterior. Dice que los judíos recibieron en depósito el
Antiguo Testamento y lo transmitieron a los cristianos, y nosotros podemos
estar seguros de que tales escrituras son inspiradas, porque los judíos, dice,
que eran muy escrupulosos en ese sentido. Y ahora preguntemos:
¿Cuántos libros
inspirados admitieron los depositarios en todos los tiempos?
Los mismos católicos
romanos lo dicen: “Los judíos nunca han admitido sino 39 libros, del Antiguo
Testamento, como inspirados; rechazando todos los demás, y considerándolos como
no inspirados.
El famoso conferencista
jesuita, José Antonio de Laburo, en su libro titulado “¿Jesucristo es Dios?”
Dice hablando del Antiguo Testamento en las páginas 31 a 33 que “estaba
custodiado por los enemigos del Cristianismo”. Y añade citando a San Agustín:
“No nosotros, sino los judíos, son los que conservaron esos libros”.
Preguntemos:
¿Cuántos libros
conservaron los judíos? Los propios católicos responden, que los judíos no
reconocieron sino 39 libros que constan en nuestras Biblias en el Antiguo
Testamento.
Recordemos que M.
Charles, dice en la página 26 de su citado librito: “En la época de Jesucristo,
Jerusalén tenía su Biblia hebrea, texto origina 39 libros.” Y si le preguntamos
hoy a un judío cuantos libros tiene su Biblia nos dirá que 39, ni uno más ni uno
menos.
Otro jesuita, Daniel
Juárez (del colegio de Belén de la Habana), en su obra titulada “la religión”,
página 25, dice así: “Los libros del Antiguo Testamento, fueron recibidos por
el pueblo judío, de manos de los mismos autores y ese pueblo los conservó
siempre, y así los transmitió íntegros a los cristianos. Eran conocidísimos del
pueblo que los leía siempre y los tenía como dados por Dios. La inspiración de
estos libros consta de la constante creencia del pueblo judío.”
Los judíos recibieron
efectivamente, de manos de los mismos autores, los libros del Antiguo
Testamento. Ellos los conservaron. De las manos de ellos llegaron a nosotros
los cristianos. Eran conocidísimos del pueblo, los tenían como dados por Dios.
La inspiración de tales libros consta del testimonio y fe de aquellos a quienes
fueron entregados para su conservación y transmisión.
Ahora bien. ¿Cuántos
recibieron, conocieron, transmitieron y creyeron como inspirados?
Pues, 39 libros. Ni uno
mas ni uno menos.
Esto constituye un
argumento irrefutable. Esto demuestra que todos los libros que el concilio de
Trento, en 1545, añadió a los 39, no son inspirados; porque los mismos
católicos romanos confiesan que los judíos los rechazaron como no inspirados.
Cuando los católicos romanos quieren probar la autenticidad del Antiguo
Testamento, apelan al testimonio del pueblo judío, pero parece que no se dan
cuenta que su razonamiento se vuelve en contra de sus libros apócrifos y los
echa por el suelo.
Nosotros, los cristianos
sabemos, porque la Biblia lo dice, que los libros del Antiguo Testamento fueron
dados al pueblo judío. Véase Romanos 3:2 y 9:4, y ahora el testimonio unánime
de judíos y cristianos.
Ya hemos dicho distintas
veces que los judíos sólo recibieron, como escrituras inspiradas, 39 libros;
los mismos que constan en nuestras versiones, en el Antiguo Testamento.
La conclusión entonces es
que el concilio de Trento, adulteró el canon de los libros inspirados de la
Santa Biblia, añadiendo siete libros completos y algunas partes más a algunos
de los libros inspirados, y esto contra el propio testimonio de los libros y de
la historia relacionada con ellos.
Si las cosas fueran al
revés de lo que son, es decir, si nuestras versiones tuviesen una sola línea
más que las versiones católicas romanas; ¡cualquiera hubiera oído los gritos
que estremecerían la tierra, dadas por el clero romano, acusándonos sin piedad
de falsificar y adulterar la palabra de Dios!
Siendo como es, aun
suelen hablar de Biblias “truncadas”. Pero ellos no pueden hablar, porque lo mismo
que tienen nuestras Biblias, lo tienen las de ellos, con la ventaja de que
nuestras versiones están mejor traducidas que las de los romanistas. Así que si
las Biblias de los católicos romanos son buenas, las nuestras son mejores,
porque tienen lo que es y de lo que nadie duda ni ha dudado jamás, pero
rechazamos la falsedad y no admitimos los apócrifos como parte del Canon
sagrado.
¿Pero qué valor puede
tener para un católico, ni para nadie la decisión de un concilio? Absolutamente
ninguno. La historia de los concilios es la historia de sus errores y
contradicciones. Vamos a demostrarlo:
En 1409, había en Europa
dos papas, que eran, Benedicto XIII que fue sumo pontífice de 1394
a 1417, elegido por los Españoles, Franceses y Escoceses. Este papa era
natural de Aragón España, y en 1408 la sede papal estaba en España.
Al mismo tiempo era papa
Gregorio XII (1406 a 1415), éste reconocido por los Italianos y parte de los
Alemanes.
Para resolver esta
anormalidad, se reunió el concilio de Pisa, en 1409, y el día 5 de Junio, en su
décima quinta sesión acordó destituir a los dos papas Benedicto y Gregorio y
nombró en su lugar a Alejandro V. Los historiadores católico romanos, reconocen
a este último como el anti-papa, con lo que demuestran no aceptar las decisiones
del concilio de Pisa.
Después de dicho
concilio, tuvo la iglesia romana tres papas, al mismo tiempo. Para arreglar tan
enredado asunto, se reunió el concilio de Constanza, famoso por haber mandado a
la hoguera a los señores Juan Wicklife y Juan Hus. Este concilio compuesto por
delegados de todos los países católicos, los que ya estaban cansados de tantos
escándalos; empezó por dejar sentado que cuando los delegados de los dominios
católicos romanos, se reúnen en concilio, en tal caso el concilio son superiores
al papa.
Una vez aprobado y
sentado este principio, como ley para la iglesia romana, se acordó seguidamente
destituir a los tres papas, que eran Benedicto XIII de España, Gregorio XII, en
Aviñon, Francia, y Juan XXIII, sucesor de Alejandro V, en Roma.
El concilio nombró
entonces a Martín V, para suceder a los tres que había, que al no aceptar las
disposiciones del concilio de Constanza, hubo cuatro papas a un mismo tiempo y
cada uno fulminando maldiciones contra sus rivales. Los historiadores romanistas
reconocen como papa legal a Martín V.
El sucesor de Martín V,
Eugenio IV convocó al concilio de Basilea en 1431, concilio este que en sus
primeras sesiones, ratificó todas las disposiciones de Constanza, celebrado en
1414, inclusive aquella que decía que el concilio estaba por encima del papa.
Pero cuando el papa
Eugenio IV, vio que los delegados del concilio se disponían a introducir
grandes reformas en la iglesia católica, alarmado por tal motivo y sin tener en
cuenta lo acordado pro los concilios de Pisa, Constanza y Basilea en principio,
por sí y ante sí, decretó la disolución del concilio.
Como la mayoría de los
delegados creían que el papa no tenía autoridad sobre el concilio, continuaron
las sesiones y en 1439, dicho concilio destituyó al papa Eugenio IV y nombró
como sustituto suyo al Duque Amadeo de Saboya, que tomó el nombre de Félix V,
considerados hoy por los católicos como anti papa.
Ahora, bien. La iglesia
romana reconoce actualmente como heréticas las disposiciones de los concilios
de Pisa, Constanza y Basilea. Dice el historiador católico romano, F. Díaz
Carmona, en la página 175 de su “Historia de la Iglesia Católica”, lo que
sigue: “desgraciadamente los padres del concilio de Constanza se dejaron
arrastrar a la doctrina herética de que un concilio es superior al papa”.
Sin embargo, Roma, acepta
como legal al papa Martín V, nombrado por estos herejes del concilio de
Constanza.
Pero, lo más curioso fue
que el más grande teólogo del concilio de Basilea, fue Eneas Silvio
Piccolomini; éste sostuvo a sangre y fuego que el concilio estaba por encima
del papa; propuso y consiguió que de acuerdo con tal principio, el papa Eugenio
V fuese destituido. Pasaron los años y en 1458, las circunstancias llevaron a
aquel ardiente defensor de la supremacía del concilio a la Silla Pontifica, con
el nombre de Pío II. Y entonces (dice el historiador católico antes citado),
“condenó en una bula como errores los principios que él mismo había defendido”,
durante más de 30 años, y para salir al paso dijo: “No creáis lo que
decía Eneas Silvio Piccalomini, ahora creed lo que dice Pío II”.
Fin