¿Y si la ciencia no es eso que tú crees?
El Nobel de Medicina
Randy Schekman critica la “tiranía” de las revistas especializadas en la
carrera investigadora
Las publicaciones defienden su seriedad
Clase de anatomía de Santiago Ramón y Cajal
(centro) en 1915.
Nuestro
mundo se rige por la ciencia en mayor medida de lo que creemos. Un gobernante
puede creer que su raza —o su aldea, ya puestos— es superior a las demás, pero
no podrá salirse con la suya sin una ciencia independiente y de calidad que lo
apoye; un magnate pagará un montón de dinero para hacer creer a la gente que su
pasta de dientes, su fuente de energía o sus medios de comunicación son
superiores a los demás, pero fracasará si no puede aportar evidencias
científicas. Los alimentos que comemos, la información que creemos y los
medicamentos que tragamos dependen crucialmente de una ciencia solvente,
honrada y evaluada con criterio y transparencia.¿La tenemos?
El
último premio Nobel de Medicina, Randy Schekman, cree que no. Y no se engañen:
la mayoría de los galardonados con esa cima de las distinciones científicas
dedican su visita a Estocolmo a mayor gloria de sí mismos, o simplemente a
hacer turismo. Schekman ha preferido montar un pollo, y uno bien importante, si
hemos de ser justos. En una columnapublicada por The
Guardian y reproducida íntegramente bajo este artículo, Schekman
sostiene que las revistas científicas de élite, en particular Nature, Science y Cell, distorsionan el
proceso científico o, peor aún, ejercen una “tiranía” sobre él que no solo
desfigura la imagen pública de la ciencia, sino incluso sus prioridades y su
funcionamiento diario.
Para
reforzar su punto de vista, el premio Nobel —que recogió ayer su galardón en la
capital sueca— ha anunciado su decisión solemne de no publicar nunca más en Nature,
Science y Cell, las tres revistas científicas con más
índice de impacto, una medida de su influencia en otros científicos. Schekman
admite que ha publicado todo lo que ha podido en esas tres revistas, incluidos
los papers (artículos técnicos) que le acaban de valer el premio Nobel. Pero
que, ahora que se lo han dado, ya no va a publicar más ahí.
Su
intención es denunciar —con unas dosis de autocrítica que se echan de menos en
la clase política y otras— las distorsiones que esas grandes editoriales
científicas ejercen sobre el progreso del conocimiento. Schekman denuncia que
la admisión de un texto puede estar sujeta a consideraciones de política
científica, presiones o incluso contactos personales.
Schekman
ha fundado su propia revista electrónica, eLife, una de las publicaciones científicas “en
abierto” que pretenden estimular una nueva era en la evaluación, presentación y
divulgación del progreso científico, o una ciencia tres punto cero.
Dos
de los tres objetivos prioritarios de Schekman. Las revistas Nature yScience, son premio Príncipe de Asturias de las ciencias. Pero
hay otro galardonado con el mismo premio, el biólogo Peter Lawrence de la
Universidad de Cambridge, que no solo apoya a Schekman, sino que viene
sosteniendo posturas similares desde hace 10 años. “Este asunto viene de lejos
y se ha ido volviendo peor en los últimos años”, dice a EL PAÍS desde
Cambridge.
Lawrence
y otros científicos han escrito artículos en las revistas científicas y
presentado quejas ante los centros de decisión, pero no han logrado gran cosa,
ni siquiera elevar el tema a la opinión pública. El científico de Cambridge se
confiesa contento de que Schekman haya aprovechado su premio Nobel para remar
contra corriente e intentar empujar lo que considera una buena causa. La
autocrítica es inmanente a la ciencia: es lo que mejora sus experimentos y teorías,
y lo que puede mejorar sus formas, su financiación y su comunicación pública.
“Muchos
investigadores son plenamente conscientes de cómo la evaluación del trabajo
científico y su tasación por los burócratas está asesinando la ciencia”, dice
Lawrence con característica elocuencia. “Por supuesto que todos somos culpables
de haber representado nuestro papel, y así lo admite el propio Randy
(Schekman); pero es bueno que esté utilizando su premio Nobel para publicitar
sus opiniones, y espero que ello incremente la percepción pública de por qué la
ciencia ha perdido su corazón”.
Lawrence
escribió un artículo de referencia sobre este asunto hace diez años,
curiosamente en la propia revista Nature. “Cuando lo escribí en
2003, recibí casi 200 cartas, en su mayoría de jóvenes que sentían que los
sueños que les habían llevado a convertirse en científicos habían sido
rapiñados; el punto principal, entonces y ahora, es que los artículos
científicos se han vuelto símbolos para el progreso en la profesión científica,
y los verdaderos propósitos de comunicación y registro están desapareciendo”.
Otro
científico relevante que apoya la protesta del Nobel Schekman es Michael Eisen,
profesor de la Universidad de California en Berkeley y uno de los fundadores de Public
Library of Science (PLoS), la primera y principal colección de revistas
científicas publicadas en abierto, y con una voluntad de transparencia que les
ha llevado, por ejemplo, a hacer pública la identidad de los dos o tres
científicos, o reviewers, que revisan los manuscritos y deciden sobre su
publicación.
“Lo
que ha dicho Randy (Schekman) es importante”, dice Eisen a EL PAÍS. “Si otros
científicos siguieran esa vía, podrían enmendar muchos problemas de la
comunicación científica en un solo movimiento”. Pero el investigador y editor
no alberga grandes esperanzas: “Hablando como alguien que ya abandonó esas
revistas (Nature, Science y Cell) hace 13 años, y que ha estado
intentando convencer a sus colegas para que hagan lo mismo desde entonces, me
temo que la estructura de incentivos que Randy denuncia es tan poderosa y
ubicua que ni siquiera el liderazgo de un premio Nobel tan brillante y
respetado podrá disolverla”.
Eisen
no cree que un boicot a esas tres revistas de élite sirva de mucho. “Si
realmente queremos arreglar las cosas”, concluye, “necesitamos que todos los
científicos ataquen el uso de las publicaciones para evaluar a los
investigadores, y que lo hagan siempre que tengan ocasión: cuando contraten
científicos para su propio laboratorio o departamento, cuando revisen las
solicitudes de financiación o juzguen a los candidatos a una plaza”.
Este
diario ha solicitado su perspectiva a los editores de Nature, Science y
Cell, los principales objetivos de los dardos de Schekman. Lo que sigue son
sus respuestas.
“Nuestra
política de aceptación no se rige por consideraciones de impacto”, dice a EL
PAÍS Monica Bradford, editora ejecutiva de Science, “sino por el compromiso
editorial de proveer acceso a investigaciones interesantes, innovadoras,
importantes y que estimulen el pensamiento en todas las disciplinas
científicas”. La revista Science, prosigue explicando Bradford, se publica por
la AAAS (Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, siglas en inglés),
que es una organización sin ánimo de lucro, “y trabaja duro para garantizar que
la información científica revisada por pares se distribuye al mayor público
posible”.
Las
revistas de primera fila reciben tal cantidad de manuscritos cada semana que,
por simples consideraciones materiales, tienen que rechazar cerca del 90% de
esos trabajos. La cuestión sería un mero dilema editorial si no fuera porque la
carrera de cualquier científico, sobre todo de los jóvenes, depende estrictamente
del número de publicaciones que consiga con su investigación, en particular en
las grandes revistas de más impacto. Pese a ello, Bradford asegura que “los
presupuestos para el número de páginas y los niveles de aceptación de
manuscritos han ido de la mano históricamente; tenemos una gran difusión, e
imprimir artículos adicionales tiene un gran coste económico”.
Emilie
Marcus, editora de Cell, comenta más específicamente sobre el
desafío del Nobel Schekman. “Desde su lanzamiento hace casi 40 años”, dice, “la
revista Cell se ha concentrado en una visión editorial fuerte,
un servicio al autor de primera fila en su clase con editores profesionales
informados y accesibles, una revisión por pares rápida y rigurosa por
investigadores académicos de primera línea, y una calidad sofisticada de
producción”.
“La razón de ser de Cell”, prosigue
Marcus, “es servir a la ciencia y a los científicos, y si no logramos ofrecer
esos valores a nuestros autores y lectores, la revista no prosperará; para
nosotros esto no es un lujo, sino un principio fundacional”.
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